Luego de horas, días y semanas, la espalda se transforma, se desfigura, y se convierte en un espejo para el remero que está detrás. El sudor sucio y oloroso es toda la humanidad que puede sentirse en el interior de la nave. Los cuerpos rozan, se resbalan, mutan, y se transforman en uno. Cuando el cansancio se apodera y gobierna, sólo queda algo adentro, el oxígeno.
El murmullo es inabarcable, eterno, como las olas que golpean constantemente el casco. Nadie piensa, nadie hace nada, sólo las espaldas y los brazos acalambrados se mueven hacia adelante y hacia atrás. De pronto, uno de los remeros se desprende de la cadena interminable de pensamiento, por un instante…